♢ Praeterita vita II ♦

07.01.2018

❅  Verum II ❪ Flashback ❫

Huían por las calles de Edimburgo. Macon no había cuidado de nadie en su vida. Ni siquiera de sí mismo. Esa era una de las bondades, por llamarlo de alguna manera, que Silas Ravenwood le había regalado en su niñez. Desde su más tierna infancia fue arrojado a los brazos de la magia oscura, que se encargó de pudrir cada retazo de su alma. Albus Dumbledore, el eterno defensor de las causas perdidas, había sido quien le había ayudado a controlar a Melchizedek, pero eso no quería decir que le hubiera enseñado a cómo comportarse en determinadas circunstancias. Aquella era una de esas situaciones. Mantener cautivo a Melchizedek a nivel físico era una cosa, hacerlo a nivel psíquico, era otra. Así que aquello era extraño para Macon Ravenwood. Infinitamente extraño. Les habían encontrado en Abercorn, una pequeña localidad costera cuyo acontecimiento de máximo interés eran las olas gigantes que se formaban en cada temporal. ─ ¡Quédese donde está! ─ Las luces esmeraldas relampagueaban junto a los muelles, repeliendo los ataques. El conjurador se encontraba en pie, piernas en posición de guardia y brazos extendidos.
  ─ ¡Puedo defenderme! ─ Ella, por supuesto, no le estaba poniendo las cosas fáciles. Eso habría sido demasiado sencillo, y la vida de Macon había estado colmada de complicaciones. Aquel día no iba a llegar la excepción que confirmara la regla, definitivamente. El conjurador consiguió evadir una nueva ofensiva. Era capaz de verles en la oscuridad, de donde brillantes rayos inhibidores de magia volaban en dirección a ambos. Eran demasiados, y ellos eran sólo dos. Y a medio gas, como quien dice. El barco se hundía, y aquello parecía no tener salida para ambos hechiceros. La hechicera no era ni siquiera capaz de mantenerse en pie. ─ ¿Es que en las filas de Grindelwald no se os enseña un poco de disciplina? ─ Aquel había sido un golpe bajo. Oh, sí. Hasta el conjurador oscuro podía ser consciente de ello. Sentía la mirada furiosa, ávida de venganza, de Lestrange clavada en su nuca.
  ─ ¡Sois un completo gilipollas! ¿Se lo han dicho alguna vez, Ravenwood? ─ Macon no le hizo caso. En las condiciones en que ella estaba, lo más que podría hacer sería insultarle. Y los insultos no eran precisamente una cuestión que al oscuro conjurador le... ¿Qué estaba ocurriendo? Algo se había enroscado en su pierna. Eran los brazos de Leta. ─ ¿Se puede saber qué diantre...? ─ Por estar mirando al suelo, Macon no fue capaz de discernir cómo un nuevo torrente de inhibidores volaban a toda velocidad hacia ambos. Se hizo la oscuridad.

***

Leta los había hecho aparecer en Hailes Street, un pequeño callejón en la amalgama urbana que era Edimburgo. Macon tuvo que agacharse para sostenerla en brazos. La hechicera había perdido el conocimiento. Había gastado su último aliento mágico para sacarlos de allí. El conjurador no sabía cómo sentirse al respecto. Su estado era una completa tormenta de emociones desde que Albus Dumbledore le había confiado el cuidado de aquella mortífaga. A él, un conjurador oscuro y declarado mortalitasi, término que se refería a aquellos que jugaban con las leyes de la vida y la muerte entre sus dedos. «Le felicito, Dumbledore», pensaba Macon con sarcasmo. No ha podido encontrar a nadie peor que yo para cuidar de esta mujer. Edimburgo no parecía estar disfrutando de más calma que Abercorn. Los gritos y los disparos se habían apoderado de la ciudad. Reinaba la anarquía. El mundo mágico se había tambaleado y caía encima del no-mágico. Macon se puso en pie, con Leta en brazos. Estuviera o no de acuerdo con Dumbledore, aquella había sido la petición - aunque, más bien, orden - del profesor. Y él la acataría. El conjurador comenzó a caminar. Sus oscuras y, antaño, pulcras botas, sonaban en el abandonado callejón. Debían encontrar refugio. No irían muy lejos con Leta en aquel estado y él tampoco se encontraba en condiciones de poder hacerlos aparecer en... ¿Dónde? Su Gatlin natal había quedado reducida prácticamente a cenizas. Los cazadores habían irrumpido allí en su búsqueda, pues su nombre era harto conocido tanto en el mundo mágico como en el no-mágico. No iban a dejar que un Ravenwood siguiera con vida. No conociendo el expediente de su padre y el suyo propio. Fue entonces cuando Dumbledore había aparecido en su búsqueda. ─ Debes ayudarme, Melchizedek. ─ Le había pedido, con ojos suplicantes mirando tras esos cristales de media luna. Y Macon había acudido en su ayuda. ¿Qué otra cosa podía hacer? Las consecuencias de aquella decisión, eran las actuales: se encontraba solo en una ciudad que le resultaba extraña, y con una mujer en brazos a la que había estado a punto de ejecutar como enemiga que la consideraba. Los gritos comenzaron a elevarse. El conjurador se encontraba en Lochrin Buildings, frente a un bar cuyos ventanales aparecían resquebrajados ante él. De la radio surgían los comentarios de los presentadores de noticias pidiendo calma a la ciudadanía. Calma. Una bonita palabra que brillaba por su ausencia en aquellos momentos. Al final de la calle, podía ver a grupos de personas corriendo - aunque "huyendo" habría sido el término adecuado -. La temperatura del cuerpo de Leta parecía haber disminuido de forma preocupante. Urgía encontrar un maldito sitio. Desmayada y débil no iba a servir de nada. Era una carga, más bien. Macon se aproximó a un edificio que no parecía estar demasiado en ruinas. Cerró los ojos. La palabra vino a su mente como el estribillo pegadizo de una antigua canción: ─ Fidelio.

***

─ Si pudiera, acabaría con usted con mis propias manos.─  Esas fueron las primeras palabras que Leta pronunció al volver en sí. Macon estaba sentado en una silla junto a la ventana, vigilante. La había dejado tumbada en la cama mientras él ocupaba el lugar más alejado de toda la estancia. El conjurador no respondió a su provocación. No tenía tiempo - ni fuerzas - para infantilismos.

─ ¿Cree que no podría hacerlo, verdad, Ravenwood? Pues le diré una cosa, espero que le sirva de lección cuando haga que estalle en mil pedazos.─ Deliraba. La fiebre parecía estar haciendo mella en sus esfuerzos por mantenerse apegada a la realidad. Su cuerpo agotado estaba en shock. Macon no le respondió esa vez tampoco. No tardaría en volver a caer rendida, producto de un mareo. Los ataques y persecuciones continuaban. El conjurador oscuro mantenía sus ojos negros escrutando el exterior. Gracias al encantamiento fidelio, su escondite permanecía a salvo. Sin embargo, la inquietud de saberse descubiertos obligaba a Macon a no querer perder atención de lo que sucedía en las ahora caóticas calles de Edimburgo.

─ Le juro que cuando me levante de esta cama voy a hacerle pagar por todo lo que ha hecho. Es usted un completo y absoluto miserable.─ Más disparos. Probablemente, esa noche se contarían muchos muertos. Tanto mágicos como no-mágicos. Torció el gesto. ¿Qué sentido tenía aspirar a un mundo que se destruía a sí mismo? Incluso el ambicioso Ravenwood se lo preguntaba. A continuación, entre los insultos y amenazas de Lestrange, se preguntaba qué sería en esos momentos del M.A.C.U.S.A.

─ ¿Me oye? ─ No. No la estaba escuchando. Macon, en ese momento, sólo ponía atención a lo que podría depararle el futuro. ¿Es que no se iba a desmayar otra vez aquella ingrata? El conjurador se miró las manos. Apenas un resplandor esmeralda brotaba de sus yemas. Aún se encontraba débil. De ser Lestrange más consciente de sus actos, podría salir mal parado de un hipotético enfrentamiento. Resolvió, pues, tratar de tranquilizarla. Aún sentado en la silla, Macon se giró para mirarla desde donde estaba. ─ Perfectamente, señorita Lestrange. Ahora, si a bien tiene, me gustaría que cesara en sus vanas intimidaciones debido a que...─ Ella hizo estallar los cristales de la ventana donde él se encontraba. Macon entornó los ojos, pero no pareció sorprendido. Aunque, tal vez, sí un poco asustado en su fuero interno. Desde que había tenido ocasión de acercarse más a ella, había percibido que del cuerpo de Leta brotaba una magia poderosa, descontrolada. Era de esperar que, aún postrada en la cama, tuviera la capacidad para conjurar. ─ Ahora se va a dejar de palabrería y me va a escuchar, Ravenwood.─ Macon guardó silencio.─  Juro por todos los demonios que acabaré con usted. Y me importa un bledo cuál haya sido la promesa de Albus Dumbledore. Sus deseos se pueden ir al infierno. Grindelwald...
─ Grindelwald la ha traicionado, señorita Lestrange.─ Un jarrón estalló. ─ ¡He dicho que guarde silencio, maldita sea!─ Macon tragó saliva imperceptiblemente. La energía que brotaba de Leta estaba empezando a hacer temblar la habitación. Tal vez, la casa entera. Si continuaba así, delataría la posición sin la menor duda. ─ Cuando salga de esta, me va a llevar ante Grindelwald. No pienso admitir un "no" por respuesta. ─ Por supuesto, lo que Leta buscaba no era unirse de nuevo a sus filas sino venganza. ─ Y, luego, acabaré con usted.─ El conjurador iba a responder, pero un estallido en el vecindario hizo que el ambiente enmudeciera.

─ Señorita Lestrange. ─ Volvió a decir, con una fría serenidad. ─ Una vez que usted se encuentre en plenas facultades, procederemos según la situación lo estime oportuno.
─ ¿Qué quiere decir?
─ Quiero decir que o se calla, o pronto ambos seremos pasto para los perros. ─ Un nuevo estallido acompañó las palabras del conjurador. Y Leta guardó silencio. Casi miró con temor al conjurador, buscando en su rostro una respuesta o una solución en caso de que estuvieran expuestos. Pero Macon no le respondió. Cerró los ojos y juntó las yemas de los dedos. Estaba tratando de reunir su poder.

─ ¿Qué está haciendo? ─ Silencio.Tras unos instantes que a Leta se le antojaron eternos, Ravenwood pronunció una palabra. Pertenecía al idioma arcano, magia bruta y sin pulir. Como un diamante encontrado en una caverna. Pocos eran los capaces de dominarla en ese estado salvaje, pues la mayoría de hechiceros permitía que de eso se encargaran las respectivas instituciones y escuelas de magia y hechicería. Era, con diferencia, la vía más segura. Leta adivinó, pues, que Macon debía de haber aprendido en soledad a usar sus poderes. O, al menos, de una forma poco habitual. ─ Beskerm.─ Un fino escudo de color verde esmeralda cayó sobre la casa. Aquello les daría algunos minutos en caso de que los cazadores consiguieran, finalmente, descubrirlos. ─ Y ahora, si quiere, puede continuar con sus... ─ Macon se calló. Leta había vuelto a caer desmayada. El conjurador empezaba a sospechar que no se libraría de aquella mujer tan fácilmente como había creído. Maldijo, de nuevo, a Albus Dumbledore.

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