— Not What They Expected. —        ( La llegada de Leta Lestrange. )

15.08.2018

[ Ashford, Irlanda.]

─  ¿Qué quiere que le diga, Renan?

Sin más demora, la desvaída mujer situó a la recién nacida en brazos de la Señora Lestrange. Ésta, la acogió mirándola con cierto asombro y oscilación en lo que debía hacer.

─  No puede llorar así, cálmala.

La niña de pelo de color carbón lloraba a pleno pulmón, sin apenas abrir los ojos, como si sintiera dolor. Janine la acunaba nerviosa, temiendo una reacción impropia de su marido. Rabastan y Rodolphus fueron enviados a dormir hacía escasos minutos. Arriba, tras el tramo más largo de escaleras, hablaban sobre lo poco que podían escuchar, con la oreja tras la puerta, vieja y con cierto aroma a humedad. Rabastan quiso compartir lo que había escuchado, por si acaso su hermano no lo llegó a percibir.

─  Es una niña.

─  ¿Y qué?

─  Que vivirá con los cuatro. Y es una niña.

─  Yo no pienso cuidarla. ¿No la escuchas llorar?

─  Es nuestra hermana.

─  No. Además yo soy el mayor.

El pequeño moreno se levantó, caminando hasta la cama. Se entretenía mucho con su varita, algo impropio para su edad. Por el fuerte hedor a tabaco inglés duro, el predilecto de Renan y que inundaba la casa, siempre tenían la ventana abierta. Tan solo entraba el silencio que hacía parecer sus voces reveladoras de travesuras aún por realizar.

─  A mí no me molesta.

─  Ya cambiarás de idea.

El pequeño castaño claro se acercó también a su cama, en frente a la de Rodolphus.

─  Rod, Renan te pegará si no ayudas a mamá.

─  Probablemente a los dos, esa niña no cambiará nada.

El mayor se echó de lado en la cama, de cara a la pared. Rabastan no tenía sueño, y seguramente Rodolphus tampoco, pero el pequeño afirmó, como ya era costumbre.

─  Voy a apagar la luz ya. Su hermano asintió en silencio.

Nox.

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[ Mar del Norte. Europa. 20 años antes. ]

El 'Pure Force' surcaba las aguas más bravas que se habían visto en la última década en ese mar, oscuro y revuelto como si de él fueran a salir los más oscuros monstruos. Por si fuera poco, una tormenta que helaría hasta los vecinos noruegos, dejaba caer gotas que incluso parecían cortar el rostro de los tripulantes. Renan, agarrado a la red como podía, era ordenado trepar hasta el extremo superior del mástil, por el capitán, o visto de otra forma, su padre.

─  ¡Más rápido, maldita sea! ¡¿Eres un hombre o un saco de trigo?!

Las palmas de sus manos ya irritadas por la fuerza, los tirones, el roce y la sal, se resistían a continuar. El frío le calaba los huesos, ¿Quién en su sano juicio iría en barco un día como ese? Sólo llevaba una camisa marinera, un pantalón e iba descalzo. La lluvia poco le dejaba ver, y mientras llegaba al extremo superior se preguntaba por qué. Por qué disponiendo de magia se cometían esas locuras por parte de su padre hacia él. Y qué pasaría una vez en lo alto del mástil. Al agarrarse miró hacia abajo. El capitán tiraba un saco lleno de oro, el oro de su hijo, a mar abierto. El saco llevaba una cuerda. Y gritó.

─  ¿A QUÉ ESPERAS? SALTA A POR TU HERENCIA.

Si hubiera sido cualquier otra persona, quizá cabría la posibilidad de que no fuera en serio, de que si necesitaba ayuda finalmente, saltarían a ayudarle. Pero Lestrange no era así. Renan con el paso de los años había aprendido que bajo su barba y ojos negros, un frío, insensible y despiadado hombre, arrastraba de su juventud lo que ahora quería hacer aprender a su propio hijo, como si eso significara hacer justicia. Si no cumplía con su objetivo, sería peor el castigo propiciado por él. Pero el oro se hundía, y cada segundo de su tardanza era más valioso que cualquier galeón que hubiera en ese saco, por contradicción. No había otro remedio, y saltó. Lo hizo de cabeza evitando el mayor impacto posible, y deseando que un movimiento brusco del barco, no le provocara caer sobre cubierta y abrirse la cabeza.

Los breves segundos se le hicieron eternos. Su cuerpo se sumergió en el agua helada, y abrió los ojos apurado, casi no se podía ver nada bajo ella, así que se vio obligado a calcular, a suponer, a apostar todo a una, y a partir del lanzamiento de su padre, nadó hacia abajo empezando a sentir dolor en todo su torso, cabeza y piernas. En su pecho. Debido al shock que suponía el contraste de temperatura, su cuerpo intentaba tomar aire, pero debía procurar retenerlo en sus pulmones, o podría colapsarse. Esa sensación apenas duraría uno, o dos minutos, pero debía darse prisa, porque dejando de lado la reacción de su padre si volvía sin el saco, podría caer inconsciente a la media hora. Qué demonios, encontraría el saco. Miraba a su alrededor, desorientado, y una vez hacia arriba. Afortunadamente, cuando volvió a mirar abajo, divisó el saco, movilizado por una corriente subacuática. Impulsado por el orgullo, el miedo y el frío, nadó hasta poder alcanzarlo, y lidiando con su peso, lo subió junto a él a la superficie. Así podría ver el barco, ahora a unos metros. Uno de los marineros miraba hacia su derecha, divisando una gran ola que el barco podía superar, moviéndose hacia el oeste, pero que Renan padecería fatalmente si no alcanzaba a subir a tiempo. Algunos de ellos le tenían compasión, y no se sabía muy bien si le gritaban para animarle o para ordenarle lo que debía hacer.

─ ¡Vamos! ¡Más rápido!

Lo que esas palabras duraron, fue lo que tardó Renan en realizar esa ola, empezando a nadar tan rápido como podía ante la mirada de su padre, aparentemente insensible, inexpresiva. A unos pocos metros, se aventuraron a lanzarle una cuerda sin recibir orden del capitán, que parecía no quejarse. Nadie quería ver morir al único heredero Lestrange.

Pero a veces, las cosas son así... Subió la marea y con ella la ola, y el viento sin dejarse domar, la empujó hasta que esta alcanzó a Renan, llevándoselo por delante, atrapándolo y revolviéndolo durante varios minutos llenos de agonía. No podía respirar y empezaba a convulsionar, con tan mala suerte... Que cuando la corriente y la ola le soltaron, se malogró contra unas rocas cercanas a la orilla, cortando su muslo, su pecho y levemente su mejilla. Al ver que hacía pie, se reincorporó despidiendo un grito hacia el cielo, dolido. Dolido por la sal en sus heridas, dolido por otra de las muchas barbaridades que acababa de hacer, por no ser suficiente para su padre. Pese a ello, mantenía el saco en sus manos, y cuando pudo, echó a correr hacia la orilla, teñido de sangre y lágrimas. En la arena, quizá el cansancio, o quizá el alivio, le hicieron caer de rodillas y luego boca abajo, inconsciente. Dos días después, despertó en su cama, ya vendado y parcialmente curado. El capitán, de pie junto a él y como era costumbre, dijo algo inadecuado.

─ Harían falta tres... Tres varones de una mujer fértil, para compensar un inútil como tú.

Renan simplemente le observó salir de allí.

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[ Ashford, Irlanda. Amanecer del día siguiente. ]

Apoyado en el marco de la ventana, parecía que miraba la lluvia caer a través del cristal, pero sólo hacía que dar vueltas, y vueltas, a la pequeña de ojos claros que seguía en el salón con su esposa.

─ Cuando hicimos el trato, lo aseguró. Su médico inútil también lo hizo.

─ En estos tiempos la medicina no es exacta, señor...

─ Dijo un varón. Un varón...

Estampó sus puños contra la madera, en un golpe seco.

─ Usted también firmó el acuerdo, Renan. Lo prometió.

Suspirando, frotó la mano en su rostro, y aceptó de mala gana lo ocurrido. Nunca supo por qué, pero desde que su padre le dijo eso, se dijo a si mismo que tendría tres hijos, tres magos implacables, y ahora sin embargo, una niña sollozaba en su hogar. Tras un intercambio de algunas palabras más, el hombre que había traído a la recién nacida caminó hacia la puerta para salir. Rodolphus y Rabastan, que habían estado escuchando tras la puerta, echaron a correr hacia el salón, dónde ahora la niña descansaba a solas, dormida después de esa larga noche. Por primera vez, ambos se asomaron a la cuna, apreciando su calmada respiración. No pudieron evitar mirarse entre sí después, y Rabastan preguntó.

─ ¿Qué nombre dices que le han puesto?

─ Leta. Leta Lestrange.

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