— Not What They Expected. — ( La llegada de Leta Lestrange. )
[ Ashford, Irlanda.]
─
¿Qué quiere que le diga, Renan?
Sin más demora, la desvaída mujer situó a la recién nacida en brazos de
la Señora Lestrange. Ésta, la acogió mirándola con cierto asombro y
oscilación en lo que debía hacer.
─ No puede llorar así, cálmala.
La niña de pelo de color carbón lloraba a pleno pulmón, sin apenas abrir los ojos, como si sintiera dolor. Janine la acunaba nerviosa, temiendo una reacción impropia de su marido. Rabastan y Rodolphus fueron enviados a dormir hacía escasos minutos. Arriba, tras el tramo más largo de escaleras, hablaban sobre lo poco que podían escuchar, con la oreja tras la puerta, vieja y con cierto aroma a humedad. Rabastan quiso compartir lo que había escuchado, por si acaso su hermano no lo llegó a percibir.
─ Es una niña.
─ ¿Y qué?
─ Que vivirá con los cuatro. Y es una niña.
─ Yo no pienso cuidarla. ¿No la escuchas llorar?
─ Es nuestra hermana.
─ No. Además yo soy el mayor.
El pequeño moreno se levantó, caminando hasta la cama. Se entretenía mucho
con su varita, algo impropio para su edad. Por el fuerte hedor a tabaco
inglés duro, el predilecto de Renan y que inundaba la casa, siempre
tenían la ventana abierta. Tan solo entraba el silencio que hacía
parecer sus voces reveladoras de travesuras aún
por realizar.
─
A mí no me molesta.
─
Ya cambiarás de idea.
El pequeño castaño claro se acercó también a su cama, en frente a la de Rodolphus.
─
Rod, Renan te pegará si no ayudas a mamá.
─
Probablemente a los dos, esa niña no cambiará nada.
El mayor se echó de lado en la cama, de cara a la pared. Rabastan no tenía sueño, y
seguramente Rodolphus tampoco, pero el pequeño afirmó, como ya era
costumbre.
─
Voy a apagar la luz ya.
Su hermano asintió en silencio.
Nox.
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[ Mar del Norte. Europa. 20 años antes. ]
El 'Pure Force' surcaba las aguas más bravas que se habían visto en la
última década en ese mar, oscuro y revuelto como si de él fueran a
salir los más oscuros monstruos.
Por si fuera poco, una tormenta que helaría hasta los vecinos
noruegos, dejaba caer gotas que incluso parecían cortar el rostro de
los tripulantes. Renan, agarrado a la red como podía, era ordenado
trepar hasta el extremo superior del mástil, por el capitán, o visto de
otra forma, su padre.
─
¡Más rápido, maldita sea! ¡¿Eres un hombre o un saco de trigo?!
Las palmas de sus manos ya irritadas por la fuerza, los tirones, el
roce y la sal, se resistían a continuar. El frío le calaba los huesos,
¿Quién en su sano juicio iría en barco un día como ese? Sólo llevaba
una
camisa marinera, un pantalón e iba descalzo. La lluvia poco le dejaba
ver, y mientras llegaba al extremo superior se preguntaba por qué. Por
qué disponiendo de magia se cometían esas locuras por parte de su padre
hacia él. Y qué pasaría una vez en lo alto
del mástil. Al agarrarse miró hacia abajo. El capitán tiraba un saco
lleno de oro, el oro de su hijo, a mar abierto. El saco llevaba una
cuerda. Y gritó.
─
¿A QUÉ ESPERAS? SALTA A POR TU HERENCIA.
Si hubiera sido cualquier otra persona, quizá cabría la posibilidad de que no fuera en serio, de que si necesitaba ayuda
finalmente, saltarían a ayudarle. Pero Lestrange no era así. Renan con
el paso de los años había aprendido que bajo su barba y ojos negros, un
frío, insensible y despiadado hombre, arrastraba
de su juventud lo que ahora quería hacer aprender a su propio hijo,
como si eso significara hacer justicia. Si no cumplía con su objetivo,
sería peor el castigo propiciado por él. Pero el oro se hundía, y cada
segundo de su tardanza era más valioso que
cualquier galeón que hubiera en ese saco, por contradicción. No había
otro remedio, y saltó. Lo hizo de cabeza evitando el mayor impacto
posible, y deseando que un movimiento brusco del barco, no le provocara
caer sobre cubierta y abrirse la cabeza.
Los
breves segundos se le hicieron eternos. Su cuerpo se sumergió en el
agua helada, y abrió los ojos apurado, casi no se podía ver nada bajo
ella, así que se vio obligado a calcular, a suponer, a apostar todo a
una, y a partir del lanzamiento de su padre,
nadó hacia abajo empezando a sentir dolor en todo su torso, cabeza y
piernas. En su pecho. Debido al shock que suponía el contraste de
temperatura, su cuerpo intentaba tomar aire, pero debía procurar
retenerlo en sus pulmones, o podría colapsarse. Esa
sensación apenas duraría uno, o dos minutos, pero debía darse prisa,
porque dejando de lado la reacción de su padre si volvía sin el saco,
podría caer inconsciente a la media hora. Qué demonios, encontraría el
saco. Miraba a su alrededor, desorientado, y
una vez hacia arriba. Afortunadamente, cuando volvió a mirar abajo,
divisó el saco, movilizado por una corriente subacuática. Impulsado por
el orgullo, el miedo y el frío, nadó hasta poder alcanzarlo, y lidiando
con su peso, lo subió junto a él a la
superficie. Así podría ver el barco, ahora a unos metros.
Uno de los marineros miraba hacia su derecha, divisando una gran ola
que el barco podía superar, moviéndose hacia el oeste, pero que Renan
padecería fatalmente si no alcanzaba a subir a tiempo.
Algunos de ellos le tenían compasión, y no se sabía muy bien si le gritaban para animarle o para ordenarle lo que debía hacer.
─ ¡Vamos! ¡Más rápido!
Lo que esas palabras duraron, fue lo que tardó Renan en realizar esa ola, empezando a nadar tan rápido
como podía ante la mirada de su padre, aparentemente insensible,
inexpresiva. A unos pocos metros, se aventuraron a lanzarle una cuerda
sin recibir orden del capitán, que parecía no quejarse. Nadie quería ver
morir al único heredero Lestrange.
Pero a
veces, las cosas son así... Subió la marea y con ella la ola, y el viento
sin dejarse domar, la empujó hasta que esta alcanzó a Renan,
llevándoselo por delante, atrapándolo y revolviéndolo durante varios
minutos llenos de agonía. No podía respirar y empezaba
a convulsionar, con tan mala suerte... Que cuando la corriente y la ola
le soltaron, se malogró contra unas rocas cercanas a la orilla, cortando
su muslo, su pecho y levemente su mejilla. Al ver que hacía pie, se
reincorporó despidiendo un grito hacia el
cielo, dolido. Dolido por la sal en sus heridas, dolido por otra de las
muchas barbaridades que acababa de hacer, por no ser suficiente para su
padre.
Pese a ello, mantenía el saco en sus manos, y cuando pudo, echó a correr
hacia la orilla, teñido de
sangre y lágrimas. En la arena, quizá el cansancio, o quizá el alivio,
le hicieron caer de rodillas y luego boca abajo, inconsciente.
Dos días después, despertó en su cama, ya vendado y parcialmente curado.
El capitán, de pie junto a él y como era
costumbre, dijo algo inadecuado.
─ Harían falta tres... Tres varones de una mujer fértil, para compensar un inútil como tú.
Renan simplemente le observó salir de allí.
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[ Ashford, Irlanda. Amanecer del día siguiente. ]
Apoyado en el marco de la ventana, parecía que miraba la lluvia caer a través del cristal, pero
sólo hacía que dar vueltas, y vueltas, a la pequeña de ojos claros que
seguía en el salón con su esposa.
─ Cuando hicimos el trato, lo aseguró. Su médico inútil también lo hizo.
─
En
estos tiempos la medicina no es exacta, señor...
─ Dijo un varón. Un varón...
Estampó sus puños contra la madera, en un golpe seco.
─ Usted también firmó el acuerdo, Renan. Lo prometió.
Suspirando, frotó la mano en su rostro, y aceptó de mala gana lo ocurrido.
Nunca supo por qué, pero desde que su padre le dijo eso, se dijo a si
mismo que tendría tres hijos, tres magos implacables, y ahora sin
embargo, una niña sollozaba en su hogar. Tras un intercambio de algunas
palabras más, el hombre que había traído a la
recién nacida caminó hacia la puerta para salir. Rodolphus y Rabastan,
que habían estado escuchando tras la puerta, echaron a correr hacia el
salón, dónde ahora la niña descansaba a solas, dormida después de esa
larga noche. Por primera vez, ambos se
asomaron a la cuna, apreciando su calmada respiración. No pudieron evitar mirarse entre sí después, y Rabastan preguntó.
─
¿Qué nombre dices que le han puesto?
─ Leta. Leta Lestrange.
